martes, 24 de noviembre de 2009

Exposición "CUATRO ELEGÍAS" en la galería Spectrum-Sotos.



Del 11 de Noviembre al 15 de Diciembre de 2009



Los sueños se originan en un estado en el que la mente navega controlada solo tenuemente, pero su volcado en una obra de arte se produce siempre en estricta vigilia. Paradojas de la traducción: el arte de origen onírico que a menudo parece fluido y despreocupado, inconsciente y en absoluto premeditado, tiene sin embargo altas dosis de racionalidad. Soñar parecería una actividad poética, mientras que narrar debería corresponder a la facultad racional de construir un discurso; una actividad caliente, la materia prima de la producción onírica, enfrentada a otra más fría, marcada por la práctica distanciada de la escritura y el arte. Sin embargo, la práctica transfronteriza de artistas como Teo Sabando nos recuerda que entre estas actividades, “soñar, narrar, construir”, hay un vínculo íntimo y actualiza esa profunda intuición de Erik Satie: “La sangre fría también es roja”. Conseguir una auténtica “radiografía del inconsciente” era la pretensión de A. Breton para su escritura del sueño, pero ya Séneca, hace veinte siglos, advertía de esta dificultad o, más exactamente, de esta responsabilidad del soñador: “Somniun narrare, vigilantes est”, algo así como narrar el sueño es para los que están despiertos”.

Elegía de primavera, si atendemos a los enunciados que nos adelanta el artista para esta exposición podríamos pensar que se trata de una muestra de paisaje, y en buena medida lo es. Teo Sabando parece animado por un profundo sentimiento panteísta . Un panteísmo que no es tanto una creencia como el poso dejado por un conocimiento profundo de los flujos naturales, una simpatía que le permite vivir su ritmo oculto, tener constancia, por ejemplo, que no es esperanza lo que oculta el interior oscuro del árbol, sino certeza de la primavera la que se encuentra agazapada en sus raíces. Así pues, este trabajo trata de un paisajismo interior, podríamos decir estructural, atento a la fuerza oscura de la savia, a la fermentación de las hojas, frente al paisajismo au plein air, más ocupado en brillos y reflejos, en cortezas y ramas.

Cuatro elegías describe un calendario de sensaciones en el paisaje que recorre las estaciones del ciclo anual, sin embargo, el mecanismo decisivo que justifica el conjunto se halla en la primera de ellas: la luminosa acción veraniega, la gris suspensión otoñal, el negro desnudo del invierno existen como certidumbre del renacimiento, como evidencia de un cumplimiento cíclico. Por ello la figura femenina de la primavera, la madre ancestral, vestida con el depósito escrito de la cultura, gira incisamente, perpetuamente, anunciando que ninguna oscuridad es permanente.


Cada una de las Elegías está rodada en la estación a la que corresponde el título y la acción, de manera que independientemente de la narración que recoge, el auténtico peso dramático se sitúa en el entorno estacional o, para precisar aún más, en la relación entre la deriva de los actores humanos y las condiciones climáticas que les rodean.

Son acciones acumulativas. Un total de diez personajes para una película que quiere marcar el sentido de cierre de un proceso. A la primavera, cuyo ejercicio en bucle permanente está sostenida por una sola actriz, se solapa el verano, en el que dos personajes escenifican la batalla incruenta del amor y la violencia simbólica del abrazo, del otoño, donde tres ángeles suspendidos escenifican la fecundación de la oscuridad, y, por fin, el invierno, donde se cumple la ceremonia del sueño creador.

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